jueves, 3 de septiembre de 2009

SOLEDAD

SOLEDAD


Miguel conducía despacio. Escuchaba.
-Algo va mal-dijo.
Estaba preocupado.
-Confío en ti-dije.

-Yo no. Conozco los ruidos de este coche. Ahora sufre. Es posible que no lleguemos.
-¿Cuánto falta?
-Unos noventa kilómetros.
-¿Aguantará?
-Haré lo posible.

“Silencio y sonido de motor, de palabras y angustia. No entiendo lo que dice, no sé de motores. No sé nada. Se llama Miguel. Es conductor. Es un extraño. Todo es extraño y desconocido: el coche, el camino, el hombre…”

El coche ha parado. Veo las manos ennegrecidas y la cara seria. Las manos se mueven; la cara, no.

-Lo siento-dice.
Anochece.
-Es mía la culpa. No debí alejarme.

-No te preocupes, Miguel.
“Preocupes. Mi padre tiraba una moneda en un vaso. Yo no veía la moneda, pero oía su sonido como si cayera en la hucha. Preocupes, no te preocupes. Palabras que son movimiento desde la nada. Voluntad por encima del vacío que no llegan a cubrir. Yo, después, sí tiraba mi moneda en la hucha.”

-¿Qué hacemos?
-Nada. Esperar-digo.
“¿Alguna vez he hecho algo más? Yo no puedo nada, tú no puedes nada. Yo puedo algo de ti y tú de mí, pero ahora nada. Esperar.”
-Ya nos buscarán.
_No quiero morir-está casi desesperado-. No quisiera morir.
-¿Tenemos agua?
“Acción. Atúrdelo. Atúrdete.
No pienses. Haz algo.”
-Dos petacas-lo mira-. No, una y media.
-¿Munición?
-Yo, cincuenta.
-Y cincuenta míos. ¿Cuánta gasolina?
-Algo más de medio depósito.
-¿Aceite? ¿Llevas alguna lata?
-No.
-¿Qué más llevamos?
-Los paracaídas. Las cantimploras.
-Tabaco, cerillas, la batería, un chusco, una lata de palometas con tomate. Bien-digo.

Miguel me mira.
-¿Noventa kilómetros?-insisto.
-No muy seguro.
-¿A qué hora nos esperaban?
-Sobre las ocho y media.
-A las diez preguntarán por nosotros. Muy tarde.

Miguel me mira ansioso.

-Pasaremos la noche aquí.
Mañana nos recogerán.
-¿Estás seguro?
-Sí.
“No lo estoy. Miento. Tú necesitas creerme. Y yo contagiarme de tu fe. ¡Nada por mí mismo!”

-Puedo ir por ahí. A lo mejor, encuentro a alguien.
-No. No pasa nadie. Y oscurece. Te despistarías. ¡Ayúdame! Dame un paracaídas de pecho-lo trajo-. Ahora, a por piedras.

Reunimos un buen montón.
Luego desplegamos el paracaídas y, haciendo un círculo con las piedras, lo dejamos algo elevado sobre el suelo. El mojón central levantaba la válvula de escape. Lo sujetamos con otras piedras.
-Ahora desmonta los faros-pedí.
Al terminar ya había oscurecido. Miguel sonreía.

“Esto no son sino posibilidades. Subterfugios para sobrevivir. ¿Y qué? Puede que alguien nos vea y podamos recuperar la esperanza sobre ellos. Triunfar con ellos, por ellos y por ti. Sin los demás, nada. Los Hombres somos auténticos solitarios. Tan solitarios como una hierva o un copo de nieve en una cumbre, pero que necesita toda la montaña para estar en la altura.”
-¿Para qué hicimos todo esto? No dices nada.
“El silencio es atroz. Le flaquea la fe.”

-¿Eh?, perdona. Estaba pensando. Con el paracaídas podremos recoger agua.
-¿Lloverá?
-No Creo. Es cuestión de levantarse pronto y recogerlo empapado de rocío. Son muchos metros y tendremos suficiente para todo el día.

-Si no hubiéramos traído los paracaídas…
-Tendríamos los huecos de las piedras y la lona del coche. Sólo que con él es más fácil. Y ahora, además de teóricas, podrán practicar arrastre en el destacamento.
-¿Y los faros?
-Los usaremos si hace viento. El viento arrastrará arena y polvo que reflejarán la luz.
Se verán desde más lejos. Te los hice desmontar para dirigirlos hacia arriba. No estoy acostumbrado a dormir en el coche. Si hace viento, me despertaré. Lanzaremos entonces un “S.O.S.”
Es fácil. Tres puntos, tres rayas, tres puntos. Despiértame tú si yo no lo hago.

Nos acostamos en los asientos. Los dos teníamos un cigarrillo en las manos.

-¿Seguro que nos encontrarán?

-¡Claro! ¡Y cállate ya!
-Solté una rotunda maldición-. ¡A dormir!
“Olvida. No pienses. Nada. Uno no puede hacer nada. Desear. Esperar. Ahora nada. Alguien dará la orden. Y vendrán. Yo diré dónde estoy. Quisiera hablar contigo, Miguel. Y sé que tú también deseas hablar. Nos diríamos palabras que volarían alrededor del pánico. Es lo que nos une, es lo que une a los hombres. O callaríamos el miedo para hablar del rancho, del sargento, de la “mili” y pensaríamos en el miedo,”
-Dame otro cigarro, Miguel. “Tú tampoco duermes. ¿Sabes que eres un punto en el desierto? Un punto con posibilidades de recuperar la ilusión de no serlo. Un punto incompleto. Cigarrillo. Nunca estaremos satisfechos, un cuerpo, un alma. ¿Qué buscamos que no está en nosotros?”

-Necesitaba el cigarrillo.

-Yo también estoy nervioso-dijo Miguel.

“¿Nervioso? No. Yo estoy solo. Un cigarrillo finge mi plenitud.”


No hizo viento durante la noche. A pesar de ello, nuestro sueño fue discontinuo. Notaba a mi lado la agitación de Miguel. Varias veces lanzamos nuestro “S.O.S.”
Fue un descanso, al amanecer, estrujar el paracaídas y agudizar nuestra habilidad para que no se perdiera ni una sola gota de agua.

Comimos la totalidad de nuestras provisiones.

-Cada cuatro horas dispararemos al aire. Y cada hora, durante diez minutos, haremos humo con la mezcla del depósito ardiendo con trozos del caucho de la rueda de repuesto.

Antes de que llegaran las horas del máximo calor colocaremos el paracaídas, montado como una tienda, desde el coche a dos palmos del suelo.

-Esa abertura permitirá que el aire circule y no sea tan caluroso el interior. A la vez es una mancha blanca, fácilmente visible desde el cielo.

“Desde el cielo. Desde allí. Confiando más en la mancha blanca que en los disparos. De arriba. De arriba.

-Dame lumbre.
Las diez. Humo. El dedo, el gatillo, la cápsula saltando.
-¿Quieres un cigarro?
Las once.
El avión. Dos.
-¿Nos han visto?
Vuela bajo en círculos.
-Sí.
“Otra vez solos. Con fe. Sin angustias. Este hombre que se llama Miguel sonríe.”

-Nuestra soledad tenía valor-me escucho asombrado- ¡Somos, Miguel, somos!

-Tú estás majara. ¡Dame un cigarro!

-Quedan dos.
¿Y qué?
-Toma.
“¿Cuándo? No será ahora nuestra recuperación. ¿Tú no tienes miedo a la soledad con casi imposible resquicios? ¡Oh, tú no, Miguel! Yo estaba bien ahora: solo y forzándome a encontrar una justificación concluyente a mi vida. Yo me negaba, había sido. Tú dices “hasta” con este último cigarrillo. Yo digo “más” y empiezo. Solo, más solo que ahora. Buscando otra vez mi negación.”
-Lo siento. No ha sido ahora.

JORDI 61

Reescrito: Por Novalbos-36

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