Es un emblema metálico más o menos bonito, que pera nosotros encierra algo maravilloso. Es el que nos distingue, el que nos honra y el que nos hace sentirnos “Los mejores de la Patria”.
Nuestro trabajo nos costó poder conseguirlo. Como todo lo valioso tiene su costoso precio. El que aspira a obtenerlo pasa por días de verdadero dolor, y muchas son las veces que hasta tiene que comer de pie, ¿verdad?
Es a la hora de la verdad, cuando más sudamos para que este preciado objeto venga a parar a nuestras manos. La hora de la verdad, como todos sabréis, es el salto. La noche anterior nos volvemos inquietos en el lecho, pensando qué traerá la venida del nuevo día. Toda clase de pensamientos se agolpan en nuestras mentes, la emoción y también el miedo a lo desconocido se apodera poco a poco de nosotros.
Allá, en lo infinito, la luna parecía más sonriente que nunca. Sabía las causas de nuestra tensión. Había sido testigo mudo de muchas noches como aquella, y tenía la certeza de que nosotros la estábamos mirando, en un afán de desviar la realidad del momento. Ella, con fraternal sonrisa, parecía decirnos: “Nada temáis, Dios estará con vosotros.”
Al día siguiente, nuestro primer impulso fue mirar al cielo, estaba limpio, y ni el más leve vientecillo parecía circular aquella mañana por la escuela; “un buen días”, pensamos.
Tras los preparativos vino el ansiado salto; el Junker se elevó despacio, hasta alcanzar la altura prevista. En nuestras mentes los seres queridos, y en nuestro corazón una plegaria.
Sonó el claxon, nos pusimos de pie y a una orden del Instructor enganchamos. Tras unos breves instantes, fuimos saliendo rápidamente del avión, uno a uno se fueron abriendo los paracaídas, nos pareció… ¡hermoso!
Los cinco restantes saltos fueron más o menos al igual que el primero, sólo con la diferencia de que ya no íbamos tan a lo desconocido.
Al fin el ansiado día llegó, aquella mañana nos sería entregado el Rokiski, una satisfacción interior nos embargaba por completo. Fuimos llamados a recoger de manos de nuestros Jefes el preciado emblema. Más de uno nada pudimos responder a aquel “enhorabuena” con que fuimos felicitados a la entrega. ¿Por qué?
Porque un terrible nudo oprimía nuestras gargantas haciéndolas enmudecer.
Ahora, cuando ha llegado la ocasión de lucirlo, lo hacemos con orgullo, pero también ese mismo orgullo nos muestra que todo momento debemos hacer honor a lo que representa.
Escrito por: Caridad Pedreira II Bandera
Reescrito por: Antonio Novalbos
Febrero 2008
Nuestro trabajo nos costó poder conseguirlo. Como todo lo valioso tiene su costoso precio. El que aspira a obtenerlo pasa por días de verdadero dolor, y muchas son las veces que hasta tiene que comer de pie, ¿verdad?
Es a la hora de la verdad, cuando más sudamos para que este preciado objeto venga a parar a nuestras manos. La hora de la verdad, como todos sabréis, es el salto. La noche anterior nos volvemos inquietos en el lecho, pensando qué traerá la venida del nuevo día. Toda clase de pensamientos se agolpan en nuestras mentes, la emoción y también el miedo a lo desconocido se apodera poco a poco de nosotros.
Allá, en lo infinito, la luna parecía más sonriente que nunca. Sabía las causas de nuestra tensión. Había sido testigo mudo de muchas noches como aquella, y tenía la certeza de que nosotros la estábamos mirando, en un afán de desviar la realidad del momento. Ella, con fraternal sonrisa, parecía decirnos: “Nada temáis, Dios estará con vosotros.”
Al día siguiente, nuestro primer impulso fue mirar al cielo, estaba limpio, y ni el más leve vientecillo parecía circular aquella mañana por la escuela; “un buen días”, pensamos.
Tras los preparativos vino el ansiado salto; el Junker se elevó despacio, hasta alcanzar la altura prevista. En nuestras mentes los seres queridos, y en nuestro corazón una plegaria.
Sonó el claxon, nos pusimos de pie y a una orden del Instructor enganchamos. Tras unos breves instantes, fuimos saliendo rápidamente del avión, uno a uno se fueron abriendo los paracaídas, nos pareció… ¡hermoso!
Los cinco restantes saltos fueron más o menos al igual que el primero, sólo con la diferencia de que ya no íbamos tan a lo desconocido.
Al fin el ansiado día llegó, aquella mañana nos sería entregado el Rokiski, una satisfacción interior nos embargaba por completo. Fuimos llamados a recoger de manos de nuestros Jefes el preciado emblema. Más de uno nada pudimos responder a aquel “enhorabuena” con que fuimos felicitados a la entrega. ¿Por qué?
Porque un terrible nudo oprimía nuestras gargantas haciéndolas enmudecer.
Ahora, cuando ha llegado la ocasión de lucirlo, lo hacemos con orgullo, pero también ese mismo orgullo nos muestra que todo momento debemos hacer honor a lo que representa.
Escrito por: Caridad Pedreira II Bandera
Reescrito por: Antonio Novalbos
Febrero 2008
