jueves, 23 de septiembre de 2010
Compliment del Pla de Govern 2007 - 2010
Compliment del Pla de Govern 2007 - 2010
MUY INTERESANTE...
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martes, 17 de agosto de 2010
jueves, 3 de septiembre de 2009
EL ROKISKI
Es un emblema metálico más o menos bonito, que pera nosotros encierra algo maravilloso. Es el que nos distingue, el que nos honra y el que nos hace sentirnos “Los mejores de la Patria”.
Nuestro trabajo nos costó poder conseguirlo. Como todo lo valioso tiene su costoso precio. El que aspira a obtenerlo pasa por días de verdadero dolor, y muchas son las veces que hasta tiene que comer de pie, ¿verdad?
Es a la hora de la verdad, cuando más sudamos para que este preciado objeto venga a parar a nuestras manos. La hora de la verdad, como todos sabréis, es el salto. La noche anterior nos volvemos inquietos en el lecho, pensando qué traerá la venida del nuevo día. Toda clase de pensamientos se agolpan en nuestras mentes, la emoción y también el miedo a lo desconocido se apodera poco a poco de nosotros.
Allá, en lo infinito, la luna parecía más sonriente que nunca. Sabía las causas de nuestra tensión. Había sido testigo mudo de muchas noches como aquella, y tenía la certeza de que nosotros la estábamos mirando, en un afán de desviar la realidad del momento. Ella, con fraternal sonrisa, parecía decirnos: “Nada temáis, Dios estará con vosotros.”
Al día siguiente, nuestro primer impulso fue mirar al cielo, estaba limpio, y ni el más leve vientecillo parecía circular aquella mañana por la escuela; “un buen días”, pensamos.
Tras los preparativos vino el ansiado salto; el Junker se elevó despacio, hasta alcanzar la altura prevista. En nuestras mentes los seres queridos, y en nuestro corazón una plegaria.
Sonó el claxon, nos pusimos de pie y a una orden del Instructor enganchamos. Tras unos breves instantes, fuimos saliendo rápidamente del avión, uno a uno se fueron abriendo los paracaídas, nos pareció… ¡hermoso!
Los cinco restantes saltos fueron más o menos al igual que el primero, sólo con la diferencia de que ya no íbamos tan a lo desconocido.
Al fin el ansiado día llegó, aquella mañana nos sería entregado el Rokiski, una satisfacción interior nos embargaba por completo. Fuimos llamados a recoger de manos de nuestros Jefes el preciado emblema. Más de uno nada pudimos responder a aquel “enhorabuena” con que fuimos felicitados a la entrega. ¿Por qué?
Porque un terrible nudo oprimía nuestras gargantas haciéndolas enmudecer.
Ahora, cuando ha llegado la ocasión de lucirlo, lo hacemos con orgullo, pero también ese mismo orgullo nos muestra que todo momento debemos hacer honor a lo que representa.
Escrito por: Caridad Pedreira II Bandera
Reescrito por: Antonio Novalbos
Febrero 2008
Nuestro trabajo nos costó poder conseguirlo. Como todo lo valioso tiene su costoso precio. El que aspira a obtenerlo pasa por días de verdadero dolor, y muchas son las veces que hasta tiene que comer de pie, ¿verdad?
Es a la hora de la verdad, cuando más sudamos para que este preciado objeto venga a parar a nuestras manos. La hora de la verdad, como todos sabréis, es el salto. La noche anterior nos volvemos inquietos en el lecho, pensando qué traerá la venida del nuevo día. Toda clase de pensamientos se agolpan en nuestras mentes, la emoción y también el miedo a lo desconocido se apodera poco a poco de nosotros.
Allá, en lo infinito, la luna parecía más sonriente que nunca. Sabía las causas de nuestra tensión. Había sido testigo mudo de muchas noches como aquella, y tenía la certeza de que nosotros la estábamos mirando, en un afán de desviar la realidad del momento. Ella, con fraternal sonrisa, parecía decirnos: “Nada temáis, Dios estará con vosotros.”
Al día siguiente, nuestro primer impulso fue mirar al cielo, estaba limpio, y ni el más leve vientecillo parecía circular aquella mañana por la escuela; “un buen días”, pensamos.
Tras los preparativos vino el ansiado salto; el Junker se elevó despacio, hasta alcanzar la altura prevista. En nuestras mentes los seres queridos, y en nuestro corazón una plegaria.
Sonó el claxon, nos pusimos de pie y a una orden del Instructor enganchamos. Tras unos breves instantes, fuimos saliendo rápidamente del avión, uno a uno se fueron abriendo los paracaídas, nos pareció… ¡hermoso!
Los cinco restantes saltos fueron más o menos al igual que el primero, sólo con la diferencia de que ya no íbamos tan a lo desconocido.
Al fin el ansiado día llegó, aquella mañana nos sería entregado el Rokiski, una satisfacción interior nos embargaba por completo. Fuimos llamados a recoger de manos de nuestros Jefes el preciado emblema. Más de uno nada pudimos responder a aquel “enhorabuena” con que fuimos felicitados a la entrega. ¿Por qué?
Porque un terrible nudo oprimía nuestras gargantas haciéndolas enmudecer.
Ahora, cuando ha llegado la ocasión de lucirlo, lo hacemos con orgullo, pero también ese mismo orgullo nos muestra que todo momento debemos hacer honor a lo que representa.
Escrito por: Caridad Pedreira II Bandera
Reescrito por: Antonio Novalbos
Febrero 2008
¿TE ALEJAS?
¿TE ALEJAS?
¡En ti muere un nuevo día!
¡Tras de ti silencio,
misterio en la noche fría!
Oscuro manto,
tú acoges
mil esperanzas perdidas
En tu archivo negro, yerto
En tus horas largas…
Sin vida.
Noche preñada de tristeza,
en ti muere lo que es vida,
en ti no adornan los pájaros
con sus trinos
las veredas
de la cercana fuentecilla.
En ti enmudecen los días,
se ocultan en tu silencio
las hermosas florecillas
que adornan el sendero
que conduce hasta la ermita.
Ya no suenan las campanas,
ya no corre la pastorcilla
Entre esas rocas lejana
que fundes con tu caricia.
En la lejana colina,
con tu poderoso abrazo,te has llevado a la alegría,
¡Tras de ti silencio,
misterio en la noche fría!
Oscuro manto,
tú acoges
mil esperanzas perdidas
En tu archivo negro, yerto
En tus horas largas…
Sin vida.
Noche preñada de tristeza,
en ti muere lo que es vida,
en ti no adornan los pájaros
con sus trinos
las veredas
de la cercana fuentecilla.
En ti enmudecen los días,
se ocultan en tu silencio
las hermosas florecillas
que adornan el sendero
que conduce hasta la ermita.
Ya no suenan las campanas,
ya no corre la pastorcilla
Entre esas rocas lejana
que fundes con tu caricia.
En la lejana colina,
con tu poderoso abrazo,te has llevado a la alegría,
duermen los pinos los ecos
que deja tu fría brisa.
Sólo en el valle se adivina
el tumultuoso arroyo,
que valiente te desafía.
En él anidan las aves,
en él esperan el día
que alejará tu silencio,
tus misteriosas intrigas.
¡Te alejas!
Vuelve la vida a los campos,
despiertan mil florecillas,
ya corre con su rebaño
el valle la pastorcilla.
Se divisa la colina
con sus gigantescos pinos
que se funden en mil caricias.
Ya hay vida en la vereda
de la vieja fuentecilla,
ya suenan las campanas
de la cercana ermita.
Avergonzada te escondes
Allá en la lejanía.
Ya no se ocultan los pájaros,
todo es sublime caricia…
campos que visten sus galas
primicias… al día.
1. º Monedero, 5. ª Cía.
Aaiún, 18 del Junio de 1961
Novalbos-36
LA ESCUADRA DE GASTADORES
Según el General Bermúdez Castro, que en su obra “Mosaico Militar” les dedica un capítulo repleto del garbo y la amenidad de tan ilustre pluma, los Gastadores los creó Gonzalo de Córdoba, el Gran Capitán.
Era costumbre allá por el siglo XV, cuenta el autor, requisar paisanos que iban delante de los ejércitos gastando el terreno, es decir, allanando y quitando los tropiezos; gente obligada que, al aparecer el enemigo, se acogía a las tropas, desordenadamente, contagiando el pánico a veces y siempre estorbando la maniobra, y en las derrotas, asesinando heridos para robarles.
El Gran Capitán renunció al sistema; sacaba de las filas cierto número de soldados fuertes que manejando alternativamente el azadón, la pica y la espada, aplanaban las asperezas del la tierra, cavaban trincheras y las defendían.
La idea de Gonzalo era demostrar que sus soldados no necesitaban nadie; quitarles la preocupación de que fuese humillante el uso de la pala y el pico y congraciarse con los indígenas, no exigiéndoles servicios tan penosos.
Para premiar estos trabajos, peligrosos y duros, les concedió el honor de marchar y desfilar en cabeza de regimientos, llevando a la espalda el útil antes aborrecido y luego estimado como un honor.
Siempre se escogían los de estatura aventajada y complexión atlética, y como su atuendo era imponente aparecerían gigantescos y solemnes, causando la admiración de todos.
Por inveterada tradición, todo gastador se consideraba modelo de soldado.
Nunca se veía ninguno en la prevención o en el calabozo, y perder el galón era la mayor vergüenza.
El Marchar a la cabeza del regimiento, dar la guardia en el altar durante el santo sacrificio de la Misa, rodear y escoltar las imágenes en las procesiones, estar exentos de servicios mecánicos y oír las conversaciones de los Jefes, les da mucha importancia entre el resto de la tropa.
Los gastadores constituyen en tipo clásico español, como herencia que nos dejó nuestro Gran Capitán.
Sargento SERRANO
Reescrito por: Novalbos-36
Era costumbre allá por el siglo XV, cuenta el autor, requisar paisanos que iban delante de los ejércitos gastando el terreno, es decir, allanando y quitando los tropiezos; gente obligada que, al aparecer el enemigo, se acogía a las tropas, desordenadamente, contagiando el pánico a veces y siempre estorbando la maniobra, y en las derrotas, asesinando heridos para robarles.
El Gran Capitán renunció al sistema; sacaba de las filas cierto número de soldados fuertes que manejando alternativamente el azadón, la pica y la espada, aplanaban las asperezas del la tierra, cavaban trincheras y las defendían.
La idea de Gonzalo era demostrar que sus soldados no necesitaban nadie; quitarles la preocupación de que fuese humillante el uso de la pala y el pico y congraciarse con los indígenas, no exigiéndoles servicios tan penosos.
Para premiar estos trabajos, peligrosos y duros, les concedió el honor de marchar y desfilar en cabeza de regimientos, llevando a la espalda el útil antes aborrecido y luego estimado como un honor.
Siempre se escogían los de estatura aventajada y complexión atlética, y como su atuendo era imponente aparecerían gigantescos y solemnes, causando la admiración de todos.
Por inveterada tradición, todo gastador se consideraba modelo de soldado.
Nunca se veía ninguno en la prevención o en el calabozo, y perder el galón era la mayor vergüenza.
El Marchar a la cabeza del regimiento, dar la guardia en el altar durante el santo sacrificio de la Misa, rodear y escoltar las imágenes en las procesiones, estar exentos de servicios mecánicos y oír las conversaciones de los Jefes, les da mucha importancia entre el resto de la tropa.
Los gastadores constituyen en tipo clásico español, como herencia que nos dejó nuestro Gran Capitán.
Sargento SERRANO
Reescrito por: Novalbos-36
SOLEDAD
SOLEDAD
Miguel conducía despacio. Escuchaba.
-Algo va mal-dijo.
Estaba preocupado.
-Confío en ti-dije.
-Yo no. Conozco los ruidos de este coche. Ahora sufre. Es posible que no lleguemos.
-¿Cuánto falta?
-Unos noventa kilómetros.
-¿Aguantará?
-Haré lo posible.
“Silencio y sonido de motor, de palabras y angustia. No entiendo lo que dice, no sé de motores. No sé nada. Se llama Miguel. Es conductor. Es un extraño. Todo es extraño y desconocido: el coche, el camino, el hombre…”
El coche ha parado. Veo las manos ennegrecidas y la cara seria. Las manos se mueven; la cara, no.
-Lo siento-dice.
Anochece.
-Es mía la culpa. No debí alejarme.
-No te preocupes, Miguel.
“Preocupes. Mi padre tiraba una moneda en un vaso. Yo no veía la moneda, pero oía su sonido como si cayera en la hucha. Preocupes, no te preocupes. Palabras que son movimiento desde la nada. Voluntad por encima del vacío que no llegan a cubrir. Yo, después, sí tiraba mi moneda en la hucha.”
-¿Qué hacemos?
-Nada. Esperar-digo.
“¿Alguna vez he hecho algo más? Yo no puedo nada, tú no puedes nada. Yo puedo algo de ti y tú de mí, pero ahora nada. Esperar.”
-Ya nos buscarán.
_No quiero morir-está casi desesperado-. No quisiera morir.
-¿Tenemos agua?
“Acción. Atúrdelo. Atúrdete.
No pienses. Haz algo.”
-Dos petacas-lo mira-. No, una y media.
-¿Munición?
-Yo, cincuenta.
-Y cincuenta míos. ¿Cuánta gasolina?
-Algo más de medio depósito.
-¿Aceite? ¿Llevas alguna lata?
-No.
-¿Qué más llevamos?
-Los paracaídas. Las cantimploras.
-Tabaco, cerillas, la batería, un chusco, una lata de palometas con tomate. Bien-digo.
Miguel me mira.
-¿Noventa kilómetros?-insisto.
-No muy seguro.
-¿A qué hora nos esperaban?
-Sobre las ocho y media.
-A las diez preguntarán por nosotros. Muy tarde.
Miguel me mira ansioso.
-Pasaremos la noche aquí.
Mañana nos recogerán.
-¿Estás seguro?
-Sí.
“No lo estoy. Miento. Tú necesitas creerme. Y yo contagiarme de tu fe. ¡Nada por mí mismo!”
-Puedo ir por ahí. A lo mejor, encuentro a alguien.
-No. No pasa nadie. Y oscurece. Te despistarías. ¡Ayúdame! Dame un paracaídas de pecho-lo trajo-. Ahora, a por piedras.
Reunimos un buen montón.
Luego desplegamos el paracaídas y, haciendo un círculo con las piedras, lo dejamos algo elevado sobre el suelo. El mojón central levantaba la válvula de escape. Lo sujetamos con otras piedras.
-Ahora desmonta los faros-pedí.
Al terminar ya había oscurecido. Miguel sonreía.
“Esto no son sino posibilidades. Subterfugios para sobrevivir. ¿Y qué? Puede que alguien nos vea y podamos recuperar la esperanza sobre ellos. Triunfar con ellos, por ellos y por ti. Sin los demás, nada. Los Hombres somos auténticos solitarios. Tan solitarios como una hierva o un copo de nieve en una cumbre, pero que necesita toda la montaña para estar en la altura.”
-¿Para qué hicimos todo esto? No dices nada.
“El silencio es atroz. Le flaquea la fe.”
-¿Eh?, perdona. Estaba pensando. Con el paracaídas podremos recoger agua.
-¿Lloverá?
-No Creo. Es cuestión de levantarse pronto y recogerlo empapado de rocío. Son muchos metros y tendremos suficiente para todo el día.
-Si no hubiéramos traído los paracaídas…
-Tendríamos los huecos de las piedras y la lona del coche. Sólo que con él es más fácil. Y ahora, además de teóricas, podrán practicar arrastre en el destacamento.
-¿Y los faros?
-Los usaremos si hace viento. El viento arrastrará arena y polvo que reflejarán la luz.
Se verán desde más lejos. Te los hice desmontar para dirigirlos hacia arriba. No estoy acostumbrado a dormir en el coche. Si hace viento, me despertaré. Lanzaremos entonces un “S.O.S.”
Es fácil. Tres puntos, tres rayas, tres puntos. Despiértame tú si yo no lo hago.
Nos acostamos en los asientos. Los dos teníamos un cigarrillo en las manos.
-¿Seguro que nos encontrarán?
-¡Claro! ¡Y cállate ya!
-Solté una rotunda maldición-. ¡A dormir!
“Olvida. No pienses. Nada. Uno no puede hacer nada. Desear. Esperar. Ahora nada. Alguien dará la orden. Y vendrán. Yo diré dónde estoy. Quisiera hablar contigo, Miguel. Y sé que tú también deseas hablar. Nos diríamos palabras que volarían alrededor del pánico. Es lo que nos une, es lo que une a los hombres. O callaríamos el miedo para hablar del rancho, del sargento, de la “mili” y pensaríamos en el miedo,”
-Dame otro cigarro, Miguel. “Tú tampoco duermes. ¿Sabes que eres un punto en el desierto? Un punto con posibilidades de recuperar la ilusión de no serlo. Un punto incompleto. Cigarrillo. Nunca estaremos satisfechos, un cuerpo, un alma. ¿Qué buscamos que no está en nosotros?”
-Necesitaba el cigarrillo.
-Yo también estoy nervioso-dijo Miguel.
“¿Nervioso? No. Yo estoy solo. Un cigarrillo finge mi plenitud.”
No hizo viento durante la noche. A pesar de ello, nuestro sueño fue discontinuo. Notaba a mi lado la agitación de Miguel. Varias veces lanzamos nuestro “S.O.S.”
Fue un descanso, al amanecer, estrujar el paracaídas y agudizar nuestra habilidad para que no se perdiera ni una sola gota de agua.
Comimos la totalidad de nuestras provisiones.
-Cada cuatro horas dispararemos al aire. Y cada hora, durante diez minutos, haremos humo con la mezcla del depósito ardiendo con trozos del caucho de la rueda de repuesto.
Antes de que llegaran las horas del máximo calor colocaremos el paracaídas, montado como una tienda, desde el coche a dos palmos del suelo.
-Esa abertura permitirá que el aire circule y no sea tan caluroso el interior. A la vez es una mancha blanca, fácilmente visible desde el cielo.
“Desde el cielo. Desde allí. Confiando más en la mancha blanca que en los disparos. De arriba. De arriba.
-Dame lumbre.
Las diez. Humo. El dedo, el gatillo, la cápsula saltando.
-¿Quieres un cigarro?
Las once.
El avión. Dos.
-¿Nos han visto?
Vuela bajo en círculos.
-Sí.
“Otra vez solos. Con fe. Sin angustias. Este hombre que se llama Miguel sonríe.”
-Nuestra soledad tenía valor-me escucho asombrado- ¡Somos, Miguel, somos!
-Tú estás majara. ¡Dame un cigarro!
-Quedan dos.
¿Y qué?
-Toma.
“¿Cuándo? No será ahora nuestra recuperación. ¿Tú no tienes miedo a la soledad con casi imposible resquicios? ¡Oh, tú no, Miguel! Yo estaba bien ahora: solo y forzándome a encontrar una justificación concluyente a mi vida. Yo me negaba, había sido. Tú dices “hasta” con este último cigarrillo. Yo digo “más” y empiezo. Solo, más solo que ahora. Buscando otra vez mi negación.”
-Lo siento. No ha sido ahora.
JORDI 61
Reescrito: Por Novalbos-36
Miguel conducía despacio. Escuchaba.
-Algo va mal-dijo.
Estaba preocupado.
-Confío en ti-dije.
-Yo no. Conozco los ruidos de este coche. Ahora sufre. Es posible que no lleguemos.
-¿Cuánto falta?
-Unos noventa kilómetros.
-¿Aguantará?
-Haré lo posible.
“Silencio y sonido de motor, de palabras y angustia. No entiendo lo que dice, no sé de motores. No sé nada. Se llama Miguel. Es conductor. Es un extraño. Todo es extraño y desconocido: el coche, el camino, el hombre…”
El coche ha parado. Veo las manos ennegrecidas y la cara seria. Las manos se mueven; la cara, no.
-Lo siento-dice.
Anochece.
-Es mía la culpa. No debí alejarme.
-No te preocupes, Miguel.
“Preocupes. Mi padre tiraba una moneda en un vaso. Yo no veía la moneda, pero oía su sonido como si cayera en la hucha. Preocupes, no te preocupes. Palabras que son movimiento desde la nada. Voluntad por encima del vacío que no llegan a cubrir. Yo, después, sí tiraba mi moneda en la hucha.”
-¿Qué hacemos?
-Nada. Esperar-digo.
“¿Alguna vez he hecho algo más? Yo no puedo nada, tú no puedes nada. Yo puedo algo de ti y tú de mí, pero ahora nada. Esperar.”
-Ya nos buscarán.
_No quiero morir-está casi desesperado-. No quisiera morir.
-¿Tenemos agua?
“Acción. Atúrdelo. Atúrdete.
No pienses. Haz algo.”
-Dos petacas-lo mira-. No, una y media.
-¿Munición?
-Yo, cincuenta.
-Y cincuenta míos. ¿Cuánta gasolina?
-Algo más de medio depósito.
-¿Aceite? ¿Llevas alguna lata?
-No.
-¿Qué más llevamos?
-Los paracaídas. Las cantimploras.
-Tabaco, cerillas, la batería, un chusco, una lata de palometas con tomate. Bien-digo.
Miguel me mira.
-¿Noventa kilómetros?-insisto.
-No muy seguro.
-¿A qué hora nos esperaban?
-Sobre las ocho y media.
-A las diez preguntarán por nosotros. Muy tarde.
Miguel me mira ansioso.
-Pasaremos la noche aquí.
Mañana nos recogerán.
-¿Estás seguro?
-Sí.
“No lo estoy. Miento. Tú necesitas creerme. Y yo contagiarme de tu fe. ¡Nada por mí mismo!”
-Puedo ir por ahí. A lo mejor, encuentro a alguien.
-No. No pasa nadie. Y oscurece. Te despistarías. ¡Ayúdame! Dame un paracaídas de pecho-lo trajo-. Ahora, a por piedras.
Reunimos un buen montón.
Luego desplegamos el paracaídas y, haciendo un círculo con las piedras, lo dejamos algo elevado sobre el suelo. El mojón central levantaba la válvula de escape. Lo sujetamos con otras piedras.
-Ahora desmonta los faros-pedí.
Al terminar ya había oscurecido. Miguel sonreía.
“Esto no son sino posibilidades. Subterfugios para sobrevivir. ¿Y qué? Puede que alguien nos vea y podamos recuperar la esperanza sobre ellos. Triunfar con ellos, por ellos y por ti. Sin los demás, nada. Los Hombres somos auténticos solitarios. Tan solitarios como una hierva o un copo de nieve en una cumbre, pero que necesita toda la montaña para estar en la altura.”
-¿Para qué hicimos todo esto? No dices nada.
“El silencio es atroz. Le flaquea la fe.”
-¿Eh?, perdona. Estaba pensando. Con el paracaídas podremos recoger agua.
-¿Lloverá?
-No Creo. Es cuestión de levantarse pronto y recogerlo empapado de rocío. Son muchos metros y tendremos suficiente para todo el día.
-Si no hubiéramos traído los paracaídas…
-Tendríamos los huecos de las piedras y la lona del coche. Sólo que con él es más fácil. Y ahora, además de teóricas, podrán practicar arrastre en el destacamento.
-¿Y los faros?
-Los usaremos si hace viento. El viento arrastrará arena y polvo que reflejarán la luz.
Se verán desde más lejos. Te los hice desmontar para dirigirlos hacia arriba. No estoy acostumbrado a dormir en el coche. Si hace viento, me despertaré. Lanzaremos entonces un “S.O.S.”
Es fácil. Tres puntos, tres rayas, tres puntos. Despiértame tú si yo no lo hago.
Nos acostamos en los asientos. Los dos teníamos un cigarrillo en las manos.
-¿Seguro que nos encontrarán?
-¡Claro! ¡Y cállate ya!
-Solté una rotunda maldición-. ¡A dormir!
“Olvida. No pienses. Nada. Uno no puede hacer nada. Desear. Esperar. Ahora nada. Alguien dará la orden. Y vendrán. Yo diré dónde estoy. Quisiera hablar contigo, Miguel. Y sé que tú también deseas hablar. Nos diríamos palabras que volarían alrededor del pánico. Es lo que nos une, es lo que une a los hombres. O callaríamos el miedo para hablar del rancho, del sargento, de la “mili” y pensaríamos en el miedo,”
-Dame otro cigarro, Miguel. “Tú tampoco duermes. ¿Sabes que eres un punto en el desierto? Un punto con posibilidades de recuperar la ilusión de no serlo. Un punto incompleto. Cigarrillo. Nunca estaremos satisfechos, un cuerpo, un alma. ¿Qué buscamos que no está en nosotros?”
-Necesitaba el cigarrillo.
-Yo también estoy nervioso-dijo Miguel.
“¿Nervioso? No. Yo estoy solo. Un cigarrillo finge mi plenitud.”
No hizo viento durante la noche. A pesar de ello, nuestro sueño fue discontinuo. Notaba a mi lado la agitación de Miguel. Varias veces lanzamos nuestro “S.O.S.”
Fue un descanso, al amanecer, estrujar el paracaídas y agudizar nuestra habilidad para que no se perdiera ni una sola gota de agua.
Comimos la totalidad de nuestras provisiones.
-Cada cuatro horas dispararemos al aire. Y cada hora, durante diez minutos, haremos humo con la mezcla del depósito ardiendo con trozos del caucho de la rueda de repuesto.
Antes de que llegaran las horas del máximo calor colocaremos el paracaídas, montado como una tienda, desde el coche a dos palmos del suelo.
-Esa abertura permitirá que el aire circule y no sea tan caluroso el interior. A la vez es una mancha blanca, fácilmente visible desde el cielo.
“Desde el cielo. Desde allí. Confiando más en la mancha blanca que en los disparos. De arriba. De arriba.
-Dame lumbre.
Las diez. Humo. El dedo, el gatillo, la cápsula saltando.
-¿Quieres un cigarro?
Las once.
El avión. Dos.
-¿Nos han visto?
Vuela bajo en círculos.
-Sí.
“Otra vez solos. Con fe. Sin angustias. Este hombre que se llama Miguel sonríe.”
-Nuestra soledad tenía valor-me escucho asombrado- ¡Somos, Miguel, somos!
-Tú estás majara. ¡Dame un cigarro!
-Quedan dos.
¿Y qué?
-Toma.
“¿Cuándo? No será ahora nuestra recuperación. ¿Tú no tienes miedo a la soledad con casi imposible resquicios? ¡Oh, tú no, Miguel! Yo estaba bien ahora: solo y forzándome a encontrar una justificación concluyente a mi vida. Yo me negaba, había sido. Tú dices “hasta” con este último cigarrillo. Yo digo “más” y empiezo. Solo, más solo que ahora. Buscando otra vez mi negación.”
-Lo siento. No ha sido ahora.
JORDI 61
Reescrito: Por Novalbos-36
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